Monday, November 19, 2012

DEMOCRACIA EN LAS AMERICAS

Simposio
DEMOCRACIA EN LAS AMERICAS
15 y 16 de noviembre de 2012.

Ponencia de Alexis Ortiz. Editor de elpolitico.com

LA INTEGRACION CONTINENTAL AMERICANA.

Una buena parte de la opinión se alarmó cuando en las recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos, los candidatos principales eludieron de manera sistemática los temas hispanos, señaladamente el de la inmigración, aunque a la postre el voto de esa parte de la población tuvo un peso insoslayable.

La verdad es que la elusión no debe producir sorpresa, porque en las campañas electorales modernas, la política entendida como show y la frivolidad encuestadora, hacen que los candidatos evadan todo materia con ribetes controversiales. Se concentren en decir preferiblemente lo que nos les cree complicaciones colaterales.

Pero sobre todo, esa postura de displicencia de los norteamericanos contra nosotros, con su contrapartida de nuestro resentimiento, es decir, esa incomunicación sempiterna, hunde sus raíces en la historia profunda.

Un recorrido de desencuentros
La historia de las Américas, es la constatación de sus desencuentros. Antes del contacto con los europeos, la desconexión entre las dos porciones del continente (norte y centro con el sur) era total -e inevitable, dados los niveles de desarrollo.

A partir de la presencia de los conquistadores y colonos del viejo continente, los habitantes del nuevo mundo vivimos a plenitud la rivalidad entre los imperios británicos y español, sin desestimar las derivadas de las incursiones de Francia y Holanda, sus comerciantes, marineros y piratas.

Esa rivalidad política, económica y militar, a la cual se le agregó lo religioso por la defección de la Inglaterra de Enrique VIII, nos quedó como herencia cuando nos sacudimos las monarquías y ascendimos por fin al período republicano.

 Para entrar en el escenario de las naciones libres, hubo en la América española guerras devastadoras, que se ganaron para la causa patriota, con un apoyo más bien precario de los vecinos norteamericanos. Este es un asunto polémico que aún se discute.

Un amago de solidaridad
Al finalizar las guerras de independencia americana e instalarse las nuevas repúblicas, las monarquías absolutas europeas intentaron una Santa Alianza, diseñada por el canciller austríaco Metternich, para recuperar las posesiones perdidas en el continente descubierto por Colón.

Esa atrevida pretensión monárquica encontró una contundente respuesta de los Estados Unidos, la famosa Doctrina Monroe, postulada por el presidente James Monroe y su ministro John Quincy Adams.

La Doctrina, resumida en el lema América para los americanos, advertía a los gobiernos de Europa que Estados Unidos no toleraría intromisiones foráneas en este continente. Se abrió así una ilusión de esperanza y acuerdo entre los americanos, que no tardó en verse frustrada.

Porque con la política del Big Stick (Gran Garrote), del presidente Theodore Roosevelt, la consigna de Monroe se convirtió en América para los norteamericanos. Se consolidó la vocación imperialista (del Destino Manifiesto) de las vanguardias políticas y empresariales de EEUU, aparecieron las intervenciones abusivas en Cuba, Panamá y República Dominicana y, desde luego brotó el resentimiento latinoamericano que aún pervive.

Frente al desafío de los totalitarismos (fascista italiano, nazi alemán y comunista soviético) y la amenaza de la Guerra Mundial, el astuto presidente Franklin Delano Roosevelt, formuló la política del Buen Vecino. Así renació en el hemisferio la esperanza de una relación de igualdad y solidaridad entre los americanos del norte y el sur.

Pero el Buen Vecino era más que todo un acuerdo para actuar juntos en la guerra inminente, que en la práctica no produjo compromisos de desarrollo, incluso se conocen declaraciones reveladoras, como una del embajador Joseph Kennedy (padre de John, Robert y Edward), en la cual sugería dar un palmetazo  a cualquier país de Latinoamérica disidente en el esfuerzo bélico norteamericano.

Por fin la Alianza para el Progreso
Lo que pudo ser un momento estelar en la relación de fraternidad entre los americanos, se produjo con la Alianza para el Progreso del presidente John F. Kennedy, toda vez que ese programa, animado por el temor al avance del comunismo, si se interesaba por el desarrollo de los pueblos, la equidad en el intercambio y la lucha contra la pobreza. Y además, se metía la mano en el bolsillo, se comprometía para ello con inversiones significativas.

La Alianza tuvo eco en mandatarios democráticos hispanos de alto vuelo, como el venezolano Rómulo Betancourt, el argentino Arturo Frondizi y el boricua Luis Muñoz Marín, pero desafortunadamente no sobrevivió a la desaparición del carismático presidente Kennedy.

La elusiva integración

El evento precursor de la integración de nuestros países, es sin duda el Congreso Anfictiónico de Panamá, reunido por el libertador suramericano Simón Bolívar, en 1826. En esa misma convención arrancó el recelo entre nosotros, porque Bolívar temía que el crecimiento de Estados Unidos nos perjudicara y se mostró contrario a invitar al gobierno de Washington, al Congreso del itsmo.

A partir de Panamá los procesos integracionistas estuvieron siempre signados por la sospecha contra EEUU. Esta aprensión se alivió un ápice, cuando en 1948 se creó en Bogotá la OEA (Organización de Estados Americanos), para lo cual jugó un papel relevante el estadista colombiano Alberto Lleras Camargo.

La OEA como instrumento que se propone la paz, arbitraje, debate civilizado e igualitario, defensa de la Democracia y los derechos humanos, contribuyó a consolidar la idea que la integración debe ser continental, incluyente, sin excluir a socios tan importantes como Estados Unidos y Canadá.

Integración sin desechados
Y precisamente tal es la hipótesis que nos place defender en la presente ponencia:

Para que la integración tenga viabilidad y destino debe ser continental. Debe proponerse crear en toda América una sola unidad política y económica, de socios en pié de igualdad, multicultural y multilinguística, comprometida con los valores de la Democracia, el libre comercio y la justicia.

Por eso nos parecen inconducentes, las estrategias integracionistas discriminadoras de aliados inevitables. El espíritu abarcador y solidario de la Unidad Europea, por cuyos éxitos de convivencia y desarrollo, acaba de ganar el premio Nóbel de la Paz, debe servirnos de inspiración.

Todos los esfuerzos integracionistas (OEA, ALALC, ALADI, TIAR, Mercado Común Centroamericano, MERCOSUR, Pacto Andino, ALCA, los TLC, CARICOM, CARIFTA, incluso el ALBA y UNASUR…) tienen sentido a nuestro juicio si se alinean con un conglomerado de principios inevitables, entre otros:

El proceso debe ser continental y sin exclusiones.

Debe ser gradual y equitativo. Respetuoso de la diferencias culturales y de los niveles de desarrollo.

Debe cumplir escrupulosamente las condiciones de la Democracia claramente establecidas en la Carta Democrática Interamericana.

Debe favorecer el libre comercio. Estimular la aparición de un Capitalismo Solidario, con responsabilidad social, espíritu justiciero y sensibilidad real para rescatar del desamparo a nuestras masas de

En línea con lo anterior, debe impulsar una estrategia concreta de lucha contra la pobreza, la corrupción, la violencia y otros flagelos que explican el retraso de algunas naciones del hemisferio.
Debe estar animada por principios de paz, arbitraje y tolerancia. Y claro está, por la idea cardinal de que los más poderosos buscan auxiliar y no dominar, a los más débiles.
Está obligada nuestra integración a asumir la globalización como una realidad, no sólo de libre circulación de mercancías y capitales, sino también de tecnologías y sobre todo, de ciudadanos.
Debe sin ambages promover el protagonismo de la sociedad civil en todas las fases del trabajo integracionista. No puede ser sólo iniciativa de gobiernos, sino también de los sectores culturales, deportivos, empresariales, sindicales, comunitarios, académicos, juveniles, etc.
El desarrollo que promueva nuestra integración debe ser sustentable, con respeto por la Madre Tierra y compromiso de preservar la naturaleza para las nuevas generaciones de americanos.

Y por último lo más importante: el proceso debe comprometerse con una estrategia de masificación y modernización de nuestros sistemas educativos, que es la clave para alcanzar competitividad, productividad y desarrollo integral y armónico. La educación debe ser también para la integración, para que la gente se libre del nacionalismo pacato, incapaz de entender que el mundo se internacionalizó, que nadie se desarrolla en el aislamiento.

Los conflictos estériles

En los días que corren parte de la América Hispana está estremecida por un conflictivismo interior y un afán de confrontación con los Estados Unidos, que esteriliza nuestro destino y nos conduce a la orfandad histórica.

Las luchas de clases y de naciones que el neopopulismo agita como consignas en su trasnocho ideológico, retrasan un proceso de integración inexorable y son tanto más criminales, cuanto condenan a millones de compatriotas a sobrevivir en una realidad de hambre e ignorancia, en la cual los ciudadanos se convierten en limosneros de un estado, que se parece cada vez más al ogro filantrópico que describió el añorado Octavio Paz.

Llegó para los hispanos la hora de superar los resentimientos y disponerse a actuar en colaboración estratégica con sus hermanos distintos, pero hermanos del norte. Y para los norteamericanos de comprender que ante el desafío de otros procesos integracionistas, ellos también necesitan un espacio amplio y floreciente, donde sus vecinos no estén obligados a llegarles como emigrantes, sino a convivir como asociados pacíficos.

Una constatación básica final, es que no puede haber integración exitosa, sino entre naciones y pueblos con parejos niveles económico y de compromiso con la Democracia.

Si hacemos las cosas bien, dentro de unas pocas décadas más de mil millones de ciudadanos instruidos, prósperos y laboriosos, pueden llegar a alcanzar juntos la felicidad en los 40 millones de kilómetros cuadrados de este Nuevo Mundo mágico y promisorio.

jalexisortiz@hotmail.com
Alexisortiz@elpolitico.com

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