Friday, October 26, 2012

La serie mundial de béisbol

La serie mundial de béisbol

Abel Ibarra

 Acaba de arrancar la Serie Mundial de Béisbol con su alegría de meta mundo. Una luz de Vía Láctea y neón hace tábula rasa de las emociones que cada hijo de vecino llevó al estadium, con el corazón inclinado hacia su equipo preferencial. La grama, que la gente fina llama césped y los gringos cortan con el cuchillo del “grass” tajante y democrático, reposa, inánime, a la espera de que se haga el prodigio de los peloteros que la fatigarán con el mismo desafío del primer mono que tuvo el descaro de pisar en la tierra con dos pies. Los uniformes llenan de colores el terreno por su instinto de banderas, para levantarle la autoestima a la chatura de la vida cotidiana y quebrar el acero de la rutina, porque, según Neruda, “pasan días iguales persiguiéndose”.

 Las tribunas se llenan de aplausos cuando un crucigrama de pelotas escruta el azar entre átomos del aire tratando de espantar los malos presagios. Los jugadores hacen swing con sus bates de milagro, cortados con la misma tijera de perfección para que los bateadores cumplan su destino. El otro equipo practica sus simulacros calentando el brazo. El pitcher coge puntería sobre el peto del “catcher” cambiado a quecher por la Babel lengüetera y beisbolista. El quecher ataja el disparo sobre su pecho y soba el guante como si fuera una mascota a la que se le atoran las pelotas en su boca de animal hambriento. El lanzador vino duro y curvero. Tira una bola de noventa millas y la mascota echa humo por la boca.

 El receptor se levanta con su peto, careta y actitud de marciano. Lanza la bola hacia segunda base. Un corredor imaginario se roba la segunda base. Los faros alumbran al prófugo con su luz de luz. La bola cae en el hueco negro del guante del short stop que pisa la almohadilla. Meteorito a primera, doble play. El primera base pega un brinquito girador de guaracha galáctica y lanza un cometa hacia tercera. Corre la bola. El tercera le suelta la bola por debajo del brazo al short stop y se vienen todos hacia el montículo del lanzador para invocar el triunfo. Conferencia en la cumbre. En el fondo, el left, el center y el right field, dejan desnudo el jardín que se extiende desde el cuadro hasta las gradas (donde los más pobres llevan sus guantes para ver si atrapan un jonrón y se meten de polizones en la historia del estadium).

 El ompayer saca una escobilla de su peto, se quita la careta llena de anillos que emulan los de Saturno, barre el home con el culo levantado sin ningún pudor hacia el montículo del pitcher, se endereza, da un paseíllo orbital alrededor del quecher, los jugadores se alinean a izquierda y derecha del terreno con las cachuchas puestas en el corazón para que no se les salga por la boca. Una estrella del espectáculo local canta la canción de las barras y las estrellas. Las dos filas de guerreros sentimentales le hacen coro a lado y lado del diamante, la canción riega sus versos en el espacio del mundo hasta que termina con “el hogar de los valientes”. El ompayer canta “Playyy ball” y los valientes tiemblan como un bosque de nervios sobre las rayas de cal.

 El béisbol es una exaltación poética, según demostró nuestro venezolano Carlitos González, uno de los mejores comentaristas de la pelota Caribe, cuando habló por el hueco de la radio con palabras de Buck Canel, al narrar el primer hit de un partido: “Señores, la noche no ha terminado de teñirse y ya la perla mordió la grama a la altura de la media luna”.   
 

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