Thursday, October 4, 2012

En Venezuela no hay miedo

En Venezuela no hay miedo

Abel Ibarra

 Vamos como la gente que se ha vuelto multitud épica para levantar la mano victoriosa de un muchacho nacido de su propia piel.
 
Estamos a punto de salir de la pesadilla en la que nos hundimos durante catorce años. Hay signos claros de que se acaba el tiempo angosto adonde nos condujo un engendro que quiso pasar por mesías redentor y va a terminar sus horas untado a los despojos del homúnculo patibulario que realmente es. No lo nombro para que se extinga como las cosas que no encuentran palabras donde habitar. También, para que desaparezcan con él las huellas del odio y la mezquindad con las que intentó igualarnos a su bajura. Pero no vamos por la revancha.

 Vamos como la gente que se ha vuelto multitud épica para levantar la mano victoriosa de un muchacho nacido de su propia piel. Henrique Capriles Radonsky se convirtió en un corazón plural, en músculo magnífico que late con todos nosotros, en el momento en que hemos comenzado a recuperar el país que nos fue escamoteado. Sí, hay signos claros y generosos de que todo comenzó a cambiar, la bondad deslumbra en el rostro colectivo y nos hace más dignos del triunfo porque le hurtamos el cuerpo al toro del miedo.

Conmueve hasta el temblor el gesto de Fabricio Ojeda Díaz, homónimo del padre que murió de muerte maluca en tiempos anteriores de fiebre y laberinto. “Fue un asesinato cometido por hombres específicos, con nombres y apellidos, quienes fallecieron o ya son ancianos, cuyos hijos y nietos no tienen por qué heredar la culpa de sus actos”, confiesa Fabricio en extremo de holgura humana y remata con un santo y seña que nos debe servir a todos en los tiempos por venir: “Yo, por mi parte, los perdono”.  

 No conozco a este Fabricio Ojeda que recupera a su padre como Telémaco a Ulises, pero tuve un adelanto de su bravura cuando, cercano a los dieciocho años, en la época de “juventud divino tesoro, te vas para no volver”, que diría Rubén Darío, estudié junto a sus hermanas en el liceo Pedro Emilio Coll y ya nos avecinábamos a las lides espinosas de la Política. Sí, con las mayúsculas que deben ser recuperadas para que tengamos una patria nueva de toda novedad. No recuerdo sus nombres, sólo sus cabellos ondeando en el viento como banderas que apostaban al futuro.

  Acaba de comenzar ese futuro que alguna vez soñamos y, ahora, que andamos en la vuelta de los sesenta por estos mundos de Dios, pisando las mismas huellas de siempre para ser distintos, vivimos igual que ayer “del mismo amor ardiendo”, como lo quería San Juan de La Cruz. Este domingo, domingo del dominus glorioso que creó cuanto existe, vamos, voto a voto y verso a verso, a apostarle otra vez a la vida para que vuelva la democracia que se nos metió en los huesos desde el día en que nacimos de parto bravo. Amén.    
  

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