Thursday, October 18, 2012

Democracia en América

Democracia en América

Abel Ibarra
 
 Aparte de ser el título de un libro de Alexis de Tocqueville, Democracia en América es un axioma que señala la esencia cultural, es decir, la manera cómo se existe, en este país generoso pero competitivo que escogimos para vivir. ¿Por qué? Hay muchas razones, pero nos contentamos por el momento con lo que dijeron próceres y poetas cuando le pusieron pulmón igualitario a este territorio que nació entre sueños que sangran. Próceres y poetas se igualan cuando pugnan por el mismo espíritu libertario que convierten en acto plural, para que la gente camine por calles de una raigambre comunitaria. Los padres fundadores (la lista es larga) se metieron entre pecho y espalda, alma y corazón, el terco argumento del bienestar común y los poetas le pusieron la música de las palabras para que sonara bien en los oídos de todos.

 Aun con la pesadilla de la Guerra Civil sobre sus párpados, Abraham Lincoln dijo que el asunto debía ser “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, y, Rubén Darío, nuestro príncipe primero, se le iguala al proverbio cuando celebra la democracia en su “Oda a Roosevelt”, con unos versos perennes, para terminar diciendo que “lo demás es tuyo, Walt Whitman”, manera hiperbólica y amable de decir que un hombre es todos los hombres. Sí, cuando el poeta dice “Yo Walt Whitman, un cosmos, el hijo predilecto de Manhattan, me celebro y me canto a mí mismo”, está asumiendo para sí el deseo magnífico de igualarse con cualquier terrícola en un canto que los hace a todos de un mismo “hueso de mis huesos y carne de mi carne”, como lo quería el mejor de nuestros apóstoles, el Cristo permanente.

 Mark Twain, quien andaba fatigando los caminos de Dios con el carnet de identidad de Samuel Langhorne Clemens, se metió hasta el barro en los intersticios del espíritu humano, al contar la historia de dos muchachejos, Huckleberry Finn y Tom Sawyer, quienes andaban por el mar móvil del río Mississippi, jorungándole la paciencia a todas las convenciones del momento. Los puso a navegar en la misma balsa de redención junto a un negro que se quitó de encima la espalda sumisa de “La cabaña del Tío Tom”, del mismo modo como la secesión terrible rompió el yugo de la esclavitud que hacía pasto en los estados de sur. Mark Twain puso a Huckleberry Finn y a Tom Sawyer (el veedor, el auscultador) a merodear por los lados del futuro, mientras el resto de los americanos hacía cola para entrar en una modernidad en entredicho.

 Pero la modernidad llegó “golpe a golpe y verso a verso” para que los habitantes de hoy asistamos perplejos al acto solemne y cotidiano de elegir presidente, es decir, escoger al hermano mayor, al ductor, al guía espiritual y carnoso, de un país que respira con el pulmón de gente venida de cualquier latitud. Es éste un tiempo angosto porque el mundo está cambiando y, aturdido, se recuesta de su lado más flaco hasta que pueda coger impulso nuevamente. Por fortuna no se trata de ninguna catástrofe. Esta fiebre paulatina va a cesar definitivamente y el doctor recomienda no cambiar la receta. Vamos a seguir con Obama para que las cosas cambien y sigamos siendo iguales.
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