Friday, June 29, 2012

Estados Unidos es un país, es un país, es un país…



Abel Ibarra

 Gertrude Stein, poetisa y mecenas alemana, transgresora universal que se avino con placer y fruición al arrebato creador de artistas que llenaron de obras estrafalarias el primer tercio del Siglo XX, dijo, con vehemencia, para espantar cualquier duda racional, que, “A rose, is a rose, is a rose”. Afirmar tajantemente que “una rosa, es una rosa, es una rosa”, significa, entre otras rosas, que algo es algo porque le viene de espíritu y de ganas de “ser” para imponerse en el mundo con la belleza impune de la flor.

 No es fácil pontificar, o sea, salmodiar tajantemente como la Stein, acerca de la cualidad trascendente de algo tan vegetal como la rosa, pero, sin tratar de igualarnos con el genio de esa musa devastadora, uno puede decir que Estados Unidos “es un país, es un país, es un país”. Cabe la aclaratoria para los que extraviamos el originario (el mío es Venezuela y los cubanos son seres de excepción, incluida una de mirada marina, capital y reciente), pero que no andamos pidiendo permiso para vivir, sino, poniendo corazón, cerebro y conducto seminal, para tratar de emparejarnos con el destino.

 Aclaremos. Entre los amigos de la Stein, fuera de otros ejemplares de profundo dislocamiento poético y vital, estaban Pablo Picasso, Ernest Hemingway, Salvador Dalí, George Bracque, Juan Gris y pare de contar ejemplares que escogieron la transgresión del orden como método de vida.

El “pienso, luego existo” con el que Descartes logró vivir cinco siglos, se desvaneció ante los alegatos de ese dream team del desafío, que pareció contradecirlo con la más ardiente proclama de “amo, luego existo”.

 Y este país bonito, ancho, pedestre, rocoso, gélido, amigable, complicado, lujurioso, alternativo, contradictorio, generoso, competitivo, antiguo y nuevo, hogar de virtuosos y ladrones, sitio de todos los adjetivos, universo de lo posible, en fin, lugar de la unión difícil que sacó su nombre de la antonomasia lingüística llamada Estados Unidos, resuelve sus problemas, incluidos los nuestros, los inmigrantes, como el mago que saca conejos del sombrero o cartas bajo la manga de la buena voluntad.


Conejos y cartas se juntan para que ocurra el azar donde hasta el amor existe. ¿Cuál? El de todos los que pisan esta tierra de un país, es un país, es un país…

 Ok, pontificar. Qué maravilla de país con tormentas: la del agua que empapó la mar marinera de Clearwater en Pinellas County, ese condado amoroso del centro de Florida y el pastizal de vacas y denuedo con el que conjugamos Pasco, donde la vida surge porque sí. “Verde que te quiero verde”, diría García Lorca como si hubiera vivido allá, para conjurar el maleficio de una inundación que ahogue las flores.

 “No quiero perder mi casa” dice una adolescente que llora frente a la cámara del reportero (se me encurruja el corazón) y el canal difunde la noticia. Una señora más allá de la tercera edad dice que esto era todo lo que tenía, mientras sonríe. Unos carajitos surfean sobre las olas quietas de un canal, halados por un bote de ocasión y, al final de todo, un funcionario anuncia que el “rescue” tomó cartas en el asunto y todos están a salvo, sonrientes, seguros, protegidos, porque Estados Unidos le pone territorio material a los espíritus voluntariosos… Amén.

P.S: Tengo dos amigas en Colorado (no las nombro para conjurar asuntos maritales) quienes, al parecer, viven lejos del incendio que prendió las otrora montañas de hielo. Las quiero de cualquier manera, hasta con diluvio de fuego.

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