Thursday, May 3, 2012

La fiesta de los posesos

La fiesta de los posesos

Abel Ibarra

 Es tal la carencia de escrúpulos, sentido del futuro y proyectos para el desarrollo, que varios dirigentes contemporáneos se han visto obligados a invocar a sus ancestros para gobernar en su nombre con toda la contundencia que puede tener un fantasma. En Corea del Norte, país donde lo más democrático es la tristeza y el hambre, el heredero de Kim Jon Il (es tan reciente su nombramiento que no ha habido tiempo de fijar su nombre en la memoria periodística) se aferra al espectro de su abuelo Kim Il Sun para continuar su régimen de terror y, a objeto de perpetuar su memoria, decide montar un espectáculo lanzando al espacio exterior un satélite que lo fije en el éter, el lugar de donde parece venirle la sangre azul a reyes y monarcas.

 Estados Unidos le ofrece al muchacho con cara de porfiado eunuco doscientos millones de dólares para paliar la hambruna disfrazada de obediencia coreana, pero éste dice que no, que se trata de los cien años del natalicio de su abuelo y prende los motores de la nave espacial que se clavará en el cielo como una aguja perenne. Pero el cohete explota a medio camino y el satélite nemotécnico cae igual a la manzana de Newton sobre las encrespadas aguas del Océano Pacífico, ahogando los afanes celebratorios en un mar de frustración. No importa, la fiesta continúa y el poseso encabeza un desfile escoltado por militares envueltos en la arrogancia del uniforme verde olivo, de donde penden innúmeras condecoraciones que brillan igual a frutos vanos.

Los cortesanos rojos aplauden y show debe continuar.
En Argentina, esa Barbie Botox que llaman Cristina Kirchner, convoca una rueda de prensa para dar la noticia del momento: la nacionalización, dice exultante, de la industria petrolera argentina. Se monta la fiesta con escenario digno de mejor causa y las palabras resbalan con el lubricante de la nueva adquisición. En platea, el Consejo de Ministros hace el coro celebrante, y, en el telón de fondo de esta comedia de las equivocaciones, la foto de Eva Perón vigila para que nadie se desmande, mientras los piqueteros miran al espectro redivivo con el epitafio de aplausos y reverencias nacionalistas.

En el fondo, todo el mundo sabe que tras el gesto heroico no hay otra cosa que la confiscación de las acciones de la petrolera española Repsol, debido a que la empresa descubrió unos yacimientos de millones de barriles a futuro, para los cuales se necesitará una tecnología de punta que Argentina no tiene. No importa, circo para hoy y hambre para mañana, en nombre de los mismos descamisados que Evita Perón utilizó como fetiche cuando el marido tiró su país al desmadre para redimir a los pobres.
Bombos, platillos y fuegos artificiales.

En Bolivia, Evo Morales, el caudillo a quien no le corre por las venas sangre india (moral y luces son sus primeras necesidades), monta un aguaje parecido al de la Kirchner pero más confuso, todo en nombre del Libertador que prestó su nombre a ese país que se debate entre la barbarie y la barbarie. Y, en Venezuela, otro tanto ocurre con la lengua flamígera del presidente comandante necesitado de lo mismo que Evo Morales, que le jorunga los huesos a Simón Bolívar para usarlos como el bastón que lo ayude a caminar ahora que la vida se le adelgaza.

¡Qué vaina!, los muertos que vos matasteis gozan de buena salud.

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